Era quince de diciembre y por fin iban a dar esa película gore que tanto llevábamos esperando. Lo malo de los cines pequeños de la ciudad era eso; siempre teníamos que pasar por películas de drama, comedio, terror, suspenso para finalmente llegar al gore. No hay nada que mi novia y yo disfrutemos más que el gore. Esa sesión de sangre, sesos, gritos potenciados en la pantalla grande es un éxtasis indescriptible. Claro está que muchas personas lo encontrarán grotesco, poco artístico y claramente nada terrorífico, pero en eso radica su encanto.
Tenía grandes planes para ese domingo. Tantas semanas esperando me habían dado el tiempo suficiente para tener todo minuciosamente calculado. Debía tener cuidado de no cometer ningún error, por lo cual preferí no contarle a nadie sobre mi plan.
10:00 me levanté, me duché, me puse el mismo jean sucio que me he puesto todo el mes, creo que es mi indiferencia hacia las festividades producida por ese repentino espíritu que tiene la gente en este mes tan cagado – climáticamente hablando, claro- .
11:00 salí a comprar un sánduche de queso con mucho ajo, un café y un tabaco,
11:15 me senté en el parque a desayunar, me leí el capítulo nueve de Rayuela, mi preferido. Ese que habla del cíclope. Cortázar me enloquece. Desde la décima vez que me leí ese libro hay Cronopios vigilándome y leo con sigilo, sin dejar pasar nada no vaya a ser que se pongan a cantar y las Famas se enojen,
11:40 volví a casa. Otra mañana como cualquiera, cumpliendo a misma rutina de siempre,
11:00 Kambú se levanta,
11:15 Kambú decide no bañarse y andar con esos bóxers de cassetes verdes y sin nada arriba buscando como loca el cepillo de dientes. Termina usando el mío, como siempre,
12:00 una pasta dura, papas fritas deformes, te helado de limón: almuerzo hecho por Kambú,
1:00 el gato de la vecina tirándose al perro de la esquina,
1:20 un niño robándole una manzana verde al de la tienda,
1:30 una ambulancia,
1:34 la pelea de los de abajo,
1:45 Kambú gritándome: que calor, que frio, que llenura, estoy obesa, quiero vomitar, salgamos, no duermas tanto, no fumes tanto, no comas tanto,
1:50 ¿dónde está mi cepillo?, no me pellizques la nalga, ni la teta, imbécil,
3:00 pasé a recoger el paquete,
3:30 pagué,
4:00 entré al supermercado a conseguir el maldito cepillo de dientes y la maldita crema para dientes no sensibles,
4:30 me encontré con Andrés, tan llevado como siempre el muy afortunado,
5:00 le pisé la cola a un perro pero no me mordió, que gallina,
5:30 ¿Kambú, dañaste el reloj de nuevo o el tiempo está retrasado hoy?,
6:00 le di un beso a Kambú,
6:10 desaparecieron los bóxers
7:00…
7:10 ¿quieres comer algo?,
7:11 con una cerveza estará bien,
8:00 Kambú se bañó,
8:05 metí el paquete en mi maleta,
8:10 se vistió,
8:20 salimos,
Nunca hemos sido amantes del transporte públicos, por lo que decidimos aprovechar los cuarenta minutos que teníamos para irnos caminando. Yo la amaba. Hermosa. Exacta. Inteligente. Risueña. Cinéfila. Cronopia.
8:50 llegamos,
8:55 nos sentamos en nuestros puestos, que por cierto eran los mejores del lugar. Centrados y no muy arriba y muy abajo. Y para completar la perfección de la noche, ningún cabezón cerca,
9:00 empezó la película.
Sentí un nudo en la garganta y no podía dejar de sonreír. Miré a Kambú y tenía lágrimas en la cara, de risa, claro. La historia era de una pareja de americanos en China, que iban de visita a un cementerio y allí se encontraban con el guardián de lugar, quien los llevaba a un recorrido por las tumbas. De repente el hombre escucha a su novia gritando, la ve de lejos convulsionando del miedo y cuando se acerca ve dos tumbas contiguas con sus nombres y la fecha de ese día inscrita en ella. Ahí comienza mi parte preferida, las cabezas rodando, la ropa rasgada, extremidades regadas por el suelo, la cara de placer del guardián y los ríos de sangre, materia fecal, materia gris y sesos.
10:00 meto la mano en la maleta,
10:01 saco el contenido del paquete
10:05 miro a Kambú
10:06 me levanto
Las puertas de la sala aseguradas, nadie encuentra las llaves. Las salidas de emergencia bloqueadas, nadie sabe qué sucedió con el encargado. No encienden las luces. La película sigue rodando. Pero esta vez no en la pantalla grande, sino en vivo y en directo. Solo para Kambú y para mí. La premier de nuestras vidas.
10:30 miro a mí alrededor y me sorprende lo hermoso y escarlata del lugar.