23.3.10

Para ella porque es y ha sido todo. Porque este es su cuento. Nuestra historia.

Salió de su casa más segura que nunca con sus nuevos zapatos, que había conseguido la tarde anterior volviendo del trabajo. Eran verdes. Caminó hasta la esquina que acostumbraba a mirar desde su ventana en las noches mientras recibía su dosis diaria de café y nicotina. En la esquina había un teléfono, verde también, desocupado. Cogió la bocina y marcó 7 números.


- Buenas días. ¿Podría comunicarme por favor con Martín?
- Hola Mar. Esa mujer me odia.
- Si, a las 4 de la tarde
- Donde siempre idiota
- Ah, prometo que las palomas no te cagarán
- No, no. Prometo también no regar mi cerveza en tus pantalones.
- Bueno. Un beso, pero nada más.
- Adiós. Necesito las monedas para comprar cigarrillos.

Las monedas no eran una excusa para colgar, nada la hacía más feliz que llamarlo: llamarlo Mar, quejarse de cuanto la odian, decir algunas tonterías. Decidió entonces caminar hasta donde usualmente se paraba un señor de unos 60 años, quien con seguridad podía tener unos 40 o unos 80 ella nunca fue buena para ese tipo de cálculos. Le hacía señas cuando pasaba en las mañanas y en las noches. Le encantaba saludarlo y le recordaba al Papa. Esa mañana decidió parar a preguntarle cómo estaba a comprarle unos cuantos cigarrillos y una menta. Extrañaría al Papa.
Mar estaba sentado esperando en la banca de siempre con la camisa de cuadros de siempre con el pantalón negro raído de siempre con la hermosura de siempre comiendo helado de cereza.

- Conocí a otro Papa.
- Era mejor que el tuyo, lo puedo asegurar.
- Jódete tu y tu pensamiento de que tu Papa es el mejor de todos.
- Dame un beso.
- Siempre saben a cereza.
- Te amo.
- Ya no será solo uno.
- ¿Por qué? Por que eres imposible.

Necesito encontrar un lugar donde vivir. Necesito un techo para ver las estrellas y leer Cronopios y Famas. Mar y yo decidimos lanzarnos una vez más en la tortuosa aventura de tratar de encontrar una casa. Odio tratar de encontrar un lugar. Claro que hasta debajo de un puente sería feliz si Mar está. Mar, Mar, Mar, tan perfecto, tan estúpidamente perfecto.

Una vez estando acostados a las 4am de un martes en su cama. Vomité un Te amo Mar. No se si fue la presión de su abdomen contra el mío o el vino. Pero hubo una revolución de mariposas en mi estómago. Una revolución de latidos en mi pecho. Él me miró con esos ojos y me dijo: yo también corazón. No supe que decir. Solo quería abrazarlo hasta el último amanecer de mi vida.

Quizás una vida alcance. Quizás un segundo nunca sea suficiente. Y si no me da la gana de hacerlo. Si de repente me dan esas inmensas ganas de cogerte en medio del pozo, despedazarte en medio del mar, llenar de tu sangre los mundos. Convertir a todos en vampiros. Vampiros en ti. Muertos por ti. Sedientos de mar y mundo. Y no tengo que darte rosas ni susurrarte ni besarte ni tocarte ni mirarte sino quiero sino tengo tiempo. No habrá espacio pues el cielo se habrá saturado de tu suciedad. Y caerán gotas de sangre del cielo. Y vamos al cine, compramos crispetas y te las meto por la nariz y luego meto mi lengua por tu garganta y me las como. Crispetas verdes. Inusual.

Necesito un vaso de saliva con jugo de naranja para cenar mientras te imagino vestida como una zanahoria verde comiendo berenjenas amarillas con pizcas de pimienta. Tu entras cargada con 102.3 bolsas de zapatos de chocolate para correr en pistas de leche podrida y azúcar con hormigas mientras yo contemplo tus masmelos de hielo derritiéndose y saboreo tus vírgenes de limón en medio de un concierto de llantos donde tus masmelos tocan flautas, tus vírgenes pianos y yo la armónica mientras me muero ahogada en este dulce y espeso río de sangre, cerebro, intestinos, y lenguas cortadas en forma de flechas llenas de veneno.

3.8.09

Testimonio de las neuronas… las que quedan.

Era quince de diciembre y por fin iban a dar esa película gore que tanto llevábamos esperando. Lo malo de los cines pequeños de la ciudad era eso; siempre teníamos que pasar por películas de drama, comedio, terror, suspenso para finalmente llegar al gore. No hay nada que mi novia y yo disfrutemos más que el gore. Esa sesión de sangre, sesos, gritos potenciados en la pantalla grande es un éxtasis indescriptible. Claro está que muchas personas lo encontrarán grotesco, poco artístico y claramente nada terrorífico, pero en eso radica su encanto.

Tenía grandes planes para ese domingo. Tantas semanas esperando me habían dado el tiempo suficiente para tener todo minuciosamente calculado. Debía tener cuidado de no cometer ningún error, por lo cual preferí no contarle a nadie sobre mi plan.

10:00 me levanté, me duché, me puse el mismo jean sucio que me he puesto todo el mes, creo que es mi indiferencia hacia las festividades producida por ese repentino espíritu que tiene la gente en este mes tan cagado – climáticamente hablando, claro- .

11:00 salí a comprar un sánduche de queso con mucho ajo, un café y un tabaco,

11:15 me senté en el parque a desayunar, me leí el capítulo nueve de Rayuela, mi preferido. Ese que habla del cíclope. Cortázar me enloquece. Desde la décima vez que me leí ese libro hay Cronopios vigilándome y leo con sigilo, sin dejar pasar nada no vaya a ser que se pongan a cantar y las Famas se enojen,

11:40 volví a casa. Otra mañana como cualquiera, cumpliendo a misma rutina de siempre,

11:00 Kambú se levanta,

11:15 Kambú decide no bañarse y andar con esos bóxers de cassetes verdes y sin nada arriba buscando como loca el cepillo de dientes. Termina usando el mío, como siempre,

12:00 una pasta dura, papas fritas deformes, te helado de limón: almuerzo hecho por Kambú,

1:00 el gato de la vecina tirándose al perro de la esquina,

1:20 un niño robándole una manzana verde al de la tienda,

1:30 una ambulancia,

1:34 la pelea de los de abajo,

1:45 Kambú gritándome: que calor, que frio, que llenura, estoy obesa, quiero vomitar, salgamos, no duermas tanto, no fumes tanto, no comas tanto,

1:50 ¿dónde está mi cepillo?, no me pellizques la nalga, ni la teta, imbécil,

3:00 pasé a recoger el paquete,

3:30 pagué,

4:00 entré al supermercado a conseguir el maldito cepillo de dientes y la maldita crema para dientes no sensibles,

4:30 me encontré con Andrés, tan llevado como siempre el muy afortunado,

5:00 le pisé la cola a un perro pero no me mordió, que gallina,

5:30 ¿Kambú, dañaste el reloj de nuevo o el tiempo está retrasado hoy?,

6:00 le di un beso a Kambú,

6:10 desaparecieron los bóxers

7:00…

7:10 ¿quieres comer algo?,

7:11 con una cerveza estará bien,

8:00 Kambú se bañó,

8:05 metí el paquete en mi maleta,

8:10 se vistió,

8:20 salimos,

Nunca hemos sido amantes del transporte públicos, por lo que decidimos aprovechar los cuarenta minutos que teníamos para irnos caminando. Yo la amaba. Hermosa. Exacta. Inteligente. Risueña. Cinéfila. Cronopia.

8:50 llegamos,

8:55 nos sentamos en nuestros puestos, que por cierto eran los mejores del lugar. Centrados y no muy arriba y muy abajo. Y para completar la perfección de la noche, ningún cabezón cerca,

9:00 empezó la película.

Sentí un nudo en la garganta y no podía dejar de sonreír. Miré a Kambú y tenía lágrimas en la cara, de risa, claro. La historia era de una pareja de americanos en China, que iban de visita a un cementerio y allí se encontraban con el guardián de lugar, quien los llevaba a un recorrido por las tumbas. De repente el hombre escucha a su novia gritando, la ve de lejos convulsionando del miedo y cuando se acerca ve dos tumbas contiguas con sus nombres y la fecha de ese día inscrita en ella. Ahí comienza mi parte preferida, las cabezas rodando, la ropa rasgada, extremidades regadas por el suelo, la cara de placer del guardián y los ríos de sangre, materia fecal, materia gris y sesos.

10:00 meto la mano en la maleta,

10:01 saco el contenido del paquete

10:05 miro a Kambú

10:06 me levanto

Las puertas de la sala aseguradas, nadie encuentra las llaves. Las salidas de emergencia bloqueadas, nadie sabe qué sucedió con el encargado. No encienden las luces. La película sigue rodando. Pero esta vez no en la pantalla grande, sino en vivo y en directo. Solo para Kambú y para mí. La premier de nuestras vidas.

10:30 miro a mí alrededor y me sorprende lo hermoso y escarlata del lugar.

Primiparada.

Aun no estoy segura de las razones que me han impulsado a estar aqui. Supongo que las ganas de contar. Me gusta contar. Y aveces es díficil decir todo lo que uno quisiera.

El calor es un castigo divino. Calentamiento infernal global.

No se si es el calor o mi pelo. Pero hoy me sentí excepcionalmente cansada.
Necesito algo pero no se qué es.
Cosas memorables del día: los besos, Gonzalo Arango, la almendra con chocolate, Rafael Pombo.

Hablando de Rafael Pombo, mi hermana menor se estaba aprendiendo una poesía para el colegio y recordé cuando yo me aprendí Rin Rin Renacuajo, no para el colegio sino por puro gusto. Tenía unos 12 años cuando eso y me sorprendió ver que solo había olvidado una estrofa de las diez que tiene. Eso hacía en mis ratos libres. Ahora siento que no los tengo. Mucha presión. Quiero invierno, una taza de te, mi novia y un cigarrillo.

A propósito de cosas aburridoras, hoy pulí mi texto para el anuario. Me di cuenta de que era menos de lo que había pensado que iba a ser, me refiero a que creí que sería algo lleno de sentimiento, lágrimas pero no. Que fortuna.